El desarrollismo argentino, lo que pudo haber sido y no fué.
- Dani Russo
- 18 sept
- 4 Min. de lectura
En los años 60, parecía que Argentina tenía todo para ganar la carrera del desarrollo: recursos, educación, infraestructura y una industria en expansión. Esta nota se centra en no solo explicar qué fué el desarrollismo, si no también compararlo con el mismo modelo pero aplicado a Corea del Sur, donde se implementaron políticas similares pero con un enfoque a largo plazo, en comparativa con el modelo Argentino cortoplacista e inestable, por no consolidar un rumbo fijo, que desembocó en ¨pan para hoy y hambre para mañana¨, cuando Corea del Sur siendo en aquel momento un país devastado por la guerra, pobre y sin capital, tres décadas después, los papeles se invirtieron: mientras Corea se convertía en potencia tecnológica, Argentina quedaba atrapada en la inestabilidad, la dependencia y el desencuentro entre ciencia e industria.

UN SUEÑO DE MODERNIZACIÓN
A mediados del siglo XX, Argentina buscaba dejar atrás su perfil agroexportador y dar el salto a la industrialización. El desarrollismo, impulsado por Arturo Frondizi y su equipo, apostaba a diversificar la economía con inversiones extranjeras, nuevas fábricas y sectores estratégicos como la petroquímica, la automotriz y la energía. La consigna era clara: sin industria no había desarrollo posible.
En ese contexto nacieron dos instituciones clave en 1957, durante el gobierno de facto de Aramburu: el CONICET, dedicado a la investigación científica básica, y el INTI, orientado a modernizar la industria nacional con tecnología aplicada. Era un intento de sentar bases sólidas para un futuro industrial competitivo, apoyado en la ciencia y la técnica.
ciencia e industria, caminos separados
Sin embargo, la apuesta pronto encontró obstáculos. Aunque se crearon organismos de excelencia y un sistema científico respetado, la industria local rara vez articuló con ellos. Muchas empresas, protegidas por el mercado interno, preferían importar máquinas y procesos en lugar de incorporar desarrollos nacionales. Así, el conocimiento generado en laboratorios y centros de investigación no se traducía en mejoras productivas.
Al mismo tiempo, la inestabilidad política conspiraba contra cualquier continuidad. Los cambios de gobierno, los golpes militares y las crisis económicas interrumpían los intentos de planificar a largo plazo. La modernización quedaba siempre a mitad de camino: se creaba la estructura, pero faltaba la conexión entre ciencia, Estado e industria.
el espejo lejano de corea del sur
Mientras Argentina avanzaba con tropiezos, Corea del Sur ensayaba un modelo muy distinto. A partir de 1961, bajo el régimen autoritario de Park Chung-hee, el Estado tomó el timón del desarrollo. Seleccionó sectores estratégicos, otorgó créditos blandos a conglomerados locales —los chaebols, como Samsung, Hyundai o LG— y los obligó a cumplir metas de exportación.
La protección del mercado interno existía, pero siempre como una etapa transitoria: el objetivo era competir en el mundo. Además, se crearon institutos de investigación aplicados a la industria, pensados para resolver las necesidades concretas de las fábricas. La ciencia y la tecnología no quedaron en un plano separado, sino que se integraron desde el inicio al proyecto productivo.
dos caminos que se separan
Durante los años 70, Argentina experimentó un crecimiento industrial sostenido por subsidios y protecciones, pero sin dar el salto exportador. La industria se acostumbró a vivir en un mercado cautivo y dependiente del Estado. La crisis de deuda de los 80 y la inflación crónica golpearon duramente, debilitando lo poco que quedaba de esa estructura.
Corea del Sur, en cambio, ya exportaba acero, barcos y automóviles. En los años 80 y 90, dio un paso más: incorporó mayor valor agregado y se convirtió en uno de los “tigres asiáticos”. La disciplina estatal, la presión exportadora y la conexión entre ciencia y empresa habían dado resultado.
el saldo de una experiencia inconclusa
El desarrollismo argentino fue una apuesta ambiciosa, pionera en la región. La creación del CONICET y el INTI todavía hoy son hitos de esa visión modernizadora. Sin embargo, la falta de continuidad, la débil integración entre conocimiento científico e industria y la dependencia de tecnologías extranjeras limitaron sus frutos.
El contraste con Corea del Sur ilumina el desenlace. Un país que en 1960 parecía condenado al atraso terminó consolidándose como potencia industrial y tecnológica. Argentina, en cambio, quedó atrapada en discusiones internas, vaivenes políticos y proyectos que nunca lograron madurar del todo.
Una bifurcación histórica
La historia del desarrollismo argentino muestra tanto las posibilidades como las frustraciones de un modelo que intentó transformar la estructura productiva. Si a comienzos de los 60 los caminos de Argentina y Corea parecían comparables, el paso de las décadas reveló que la diferencia no estuvo en los recursos de partida, sino en la capacidad de sostener una estrategia a largo plazo. Y ese, quizás, es el gran legado pendiente de aquella experiencia.
Fuentes:
“Origen y trayectoria” en la web oficial del CONICET: https://www.conicet.gov.ar/historia/
Sistema social de innovación e institucionalización científica y tecnológica: tres modelos en Argentina https://www.redalyc.org/journal/5343/534367758002/html
Del Bello, J.C., Políticas de ciencia, tecnología e innovación en la Argentina de la posdictadura; Editorial UNR
Elvio Galati, Filosofía de la gestión de la ciencia en Argentina a partir de la historia del CONICET https://www.redalyc.org/journal/101/10143314006/html/
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