genealogía de la corrupción
- Dani Russo
- 15 sept
- 5 Min. de lectura
Esta breve investigación sobre los orígenes remotos de lo que hoy llamamos “corrupción” surge a raíz de algunas preguntas: ¿qué hay sobre la corrupción desde antes de que existan los Estados y las formas de gobierno de la era moderna? ¿Y antes de los primeros grupos de humanos? ¿De dónde nace la corrupción?

Me remonté a los albores de nuestra existencia, previos al nacimiento del Homo sapiens sapiens, en búsqueda de respuestas. A continuación, un viaje en el tiempo para analizar los orígenes remotos de la corrupción.
¿Qué entendemos por “corrupción”?
En ciencias sociales suele definirse como la ejecución de un acto inapropiado teniendo en cuenta ciertos parámetros o valores relativamente aceptados en una sociedad o agrupación. Podemos decir que es un uso desviado del poder para beneficio privado (sobornos, favoritismos, captura de rentas, etc.).
Pero una definición así del fenómeno caería en minimizar factores sociales de interacción, los cuales explican por qué un cierto acto termina siendo indebido y al mismo tiempo reprobable socialmente, e incluso ilegal. Dicho de otro modo, tiende a reducir la importancia de la lógica social en la dinámica transaccional.
Cuando la corrupción se comprende como un fenómeno sistémico que va más allá de los individuos, la literatura señala que afecta la calidad de las instituciones formales, así como los comportamientos que dan lugar a instituciones informales.
Para algunos autores, la corrupción es un mal social “pegajoso” que, una vez que entra al sistema, permanece en él. Más aún, llevado al extremo, se afirma que junto con “condiciones de salud subjetivas”, la corrupción tiene un severo impacto negativo sobre la felicidad de las personas.
El estudio de este fenómeno ha evolucionado y se ha profundizado en los debates vinculados con la relación Estado-sociedad, Estado-mercado, lo formal-informal, lo legal-ilegal y las prácticas negras, grises o blancas, para poder ver a la corrupción como resultado de un proceso político e histórico.
Por otro lado, debemos tener en cuenta que la corrupción no es igualmente comprendida ni asumida en diferentes partes del mundo, culturas, entornos, lapsos históricos o relaciones entre individuos, incluso dentro de un mismo país.
En algunas sociedades existen prácticas comunes que ya no son vistas como algo corrupto, por ejemplo: una coima menor o pequeñas evasiones impositivas de parte de ciudadanos de a pie.
Si decimos que la corrupción es específica de la gestión de los territorios —endémica a un país, permeada en los gobiernos y no en el ámbito privado entre las personas—, estamos suponiendo que el agente principal es el gobierno. Pero sabemos que no solo en el sector público recaen las prácticas corruptas.
Habiendo entendido el concepto y vislumbrado la complejidad de sus alcances, es interesante ir hacia atrás, hacer una genealogía, para explorar más allá de lo público y lo privado tal como los entendemos hoy. Más allá de lo gubernamental o burocrático y de los actores en el sector privado. En esa misión de encontrar las raíces de lo que hoy llamamos corrupción, llegamos a los mecanismos que la hacen posible (intercambios encubiertos, coaliciones, favoritismo, sanciones a “tramposos”) y descubrimos que estas prácticas y su dinámica son más antiguas que los Estados y, en parte, más antiguas que Homo sapiens sapiens.
Raíces evolutivas
Existen vastos registros sobre estos mecanismos en primates, que manifiestan la política de coaliciones y trueques de favores. La etología documenta “política” entre chimpancés: alianzas, intercambios de acicalamiento y apoyo a cambio de beneficios. En humanos, estas estrategias pueden degenerar en clientelismo cuando existe poder formal de por medio.
Un libro clásico sobre el tema es Chimpanzee Politics de Frans de Waal. Allí se sostiene que la vida social de los chimpancés no puede reducirse a jerarquías simples de dominancia física, sino que se basa en una “política de coaliciones”: alianzas, negociaciones, trueques de favores y manipulación. Los chimpancés practican una forma rudimentaria de “política”, comparable en muchos aspectos a la humana.
El poder no es solo fuerza física. Un macho alfa estable suele ser hábil para apaciguar conflictos, distribuir beneficios y mantener aliados contentos. Las alianzas, tanto a corto como a largo plazo, requieren inversión constante: acicalamiento, compartir comida, gestos de reconciliación.
Las estrategias de manipulación también son centrales: un macho beta puede debilitar al alfa creando alianzas con terceros y aprovechando momentos de vulnerabilidad.
El papel de las hembras es crucial: intervienen en disputas de machos, inclinan la balanza y buscan su propio margen de maniobra, formando alianzas entre sí o con machos.
La reconciliación es otro pilar: tras los conflictos, los chimpancés practican rituales como abrazos, acicalamiento y gestos de sumisión. Estos actos son fundamentales para mantener la cohesión del grupo, ya que la comunidad no tolera la violencia excesiva ni la inestabilidad prolongada. El consenso grupal limita el poder del alfa.
De Waal enfatiza que este ciclo —conflicto, reconciliación, equilibrio— mantiene unida a la comunidad. Sin reconciliación, la violencia fragmentaría al grupo.
Además, el liderazgo es transitorio: los alfas envejecen y nuevos machos jóvenes, apoyados por coaliciones, ascienden al poder. El proceso implica intrigas, alianzas oportunistas y “golpes de Estado” políticos.
De allí se desprenden algunos aportes conceptuales clave:
La política como fenómeno evolutivo.
Las coaliciones como clientelismo primitivo.
El poder relacional más allá de la fuerza.
El control social grupal que limita abusos.
Inteligencia maquiavélica
A finales de los años ochenta, los primatólogos Andrew Whiten y Richard Byrne propusieron la “hipótesis de la inteligencia maquiavélica”, reunida en el libro Machiavellian Intelligence (Oxford University Press, 1988).
Su idea es que el motor principal en la expansión de las capacidades cognitivas no fue solo la lucha con el medio ambiente (buscar comida, huir de depredadores), sino sobre todo la complejidad social característica de los primates.
En una banda, no basta con ser fuerte: hay que saber quién se alía con quién, a quién conviene apoyar, a quién engañar y cuándo cambiar de bando. Este entorno seleccionó una inteligencia que permite leer intenciones, anticipar movimientos, manipular información y engañar estratégicamente.
Ejemplos etológicos muestran cómo un chimpancé puede ocultar un hallazgo de frutas para no atraer competidores, o cómo un babuino finge indiferencia hacia una hembra receptiva bajo la mirada del macho dominante, pero se acerca a escondidas cuando no lo vigilan. Estas conductas exigen memoria social y una rudimentaria teoría de la mente.
Byrne y Whiten llaman a esto “inteligencia maquiavélica” porque recuerda al realismo político de Maquiavelo: la habilidad de conseguir ventajas en un entorno de intrigas, alianzas y traiciones. La diferencia es que, en esta hipótesis, ese maquiavelismo no nace en las cortes renacentistas, sino en la selva y la sabana.
En resumen, la hipótesis plantea que nuestra mente está diseñada, en gran medida, para navegar la “selva social”. El trasfondo de cualquier “arte de conseguir ventajas” en grupos jerárquicos —desde chimpancés hasta parlamentos— es la presión selectiva de vivir en comunidades donde engañar, manipular, reconciliar y coaligarse fue cuestión de vida o muerte.
A modo de cierre
Volver a los orígenes evolutivos de la corrupción nos permite comprender que no se trata únicamente de un fenómeno político moderno, ni exclusivo de los Estados. Sus raíces están ligadas a nuestra biología social, a la necesidad de negociar poder, favores y alianzas para sobrevivir en grupo. La corrupción, entendida en sentido amplio como el uso estratégico y desviado de relaciones de poder, aparece entonces como una herencia profunda de nuestra historia evolutiva. Lo que cambia con el tiempo son las formas institucionales, los marcos legales y los escenarios culturales donde estas viejas dinámicas siguen reproduciéndose.



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