más allá de la cultura: ser conservador o progresista
- Dani Russo
- 30 ago
- 5 Min. de lectura
Este artículo surgió en base a dos preguntas.: ¿Por qué algunas personas son más progresistas y otras más conservadoras? ¿Son solo las experiencias de vida, los privilegios, la educación lo que influye en su forma de pensar acerca de cómo encarar los cambios sociales y culturales a través de lo político?
Investigando se llega a las respuestas: El hallazgo fue que no todo es cultural, no parte todo desde una cosmovisión social, sino que hay una parte donde lo biológico asociado a factores neuro-cognitivos tiene bastante infuencia. El ser humano está constituido por una amalgama de factores entrelazados y a la hora de adoptar perspectivas políticas, ese entrelazamiento entra en juego.

En un artículo encontado en la web, el cual analiza lo amplio del espectro político/ideológico (1), aparece allí una afirmación por demás interesante para reflexionar, la cual plantea que ¨el conservadurismo y el progresismo no deben reducirse a ideologías políticas codificadas, ni usarse como sinónimos de ¨izquierda¨ para el progresismo o ¨derecha¨ para el conservadurismo, sino entenderse como actitudes o esquemas de pensamiento con los que evaluamos los fenómenos sociales¨. Teniendo en cuenta la idea de que estas categorías responden a esquemas de pensamiento y a cómo decodificamos psicológica y mentalmente la realidad que nos rodea, es que me surge este artículo, empezando por la búsqueda de evidencia científica que respalde esta conceptualización y a continuación comunicarlo.
En la búsqueda de evidencia, encontré diversos estudios los cuales demuestran que tener una mentalidad conservadora o progresista tiene correlaciones con factores neurológicos y cognitivos. Esto no quiere decir que haya una causa directa, pero es probable que existan diversos factores biológicos que puedan perfilarnos a ver la realidad social de una manera más conservadora o más progresista.
Desde el campo científico se propusieron modelos que postulan una relación bidireccional entre predisposiciones neurocognitivas y predisposiciones ideológicas: el cerebro nos predispone a ciertas visiones, y estas a su vez moldean la cognición (cuando hablamos de ¨cognición” nos referimos al conjunto de procesos mentales que nos permiten adquirir, procesar, almacenar y utilizar información para comprender el mundo y adaptarnos a él). (2)
Lo correlacional entre las actitudes o modelos mentales con las que pensamos la política, la realidad social y sobre cómo creemos que se debería distribuir el poder (forma conservadora o forma progresista) y los factores neurocognitivos, no es causal pero sí está correlacionado.
Las disputas entre aquellos que sostienen distintas visiones políticas son universales, están profundamente arraigadas y en general siguen reconocibles líneas en común. Cuando hablamos de ¨conservadores¨, nos referimos a aquellos que acuerdan con las ideas de seguir la tradición y la estabilidad de las costumbres, y se enfrentan con quienes tienen visiones hacia la innovación y la reforma, conocidos como ¨progresistas¨.
En cuanto a la estructura cerebral, estudios de neuroimágenes muestran que los progresistas tienden a tener más materia gris en la corteza cingulada anterior (ACC), asociada a flexibilidad cognitiva y detección de conflicto, mientras que los conservadores presentan mayor volumen en la amígdala, vinculada al procesamiento de amenaza y emociones negativas. Asimismo, los conservadores muestran mayor activación fisiológica (respuesta galvánica de la piel, actividad muscular facial) frente a estímulos desagradables. (2)
En lo que respecta al sesgo hacia observar y notar lo negativo o lo positivo, los seres humanos tienden en general a prestar más atención a estímulos negativos que a los positivos (Rozin & Royzman, 2001). Sin embargo, existen variaciones individuales: algunas personas muestran mayor reactividad fisiológica y psicológica a lo negativo. En general, las personas de tendencia conservadora presentan respuestas más intensas a estímulos negativos —imágenes desagradables, amenazas o situaciones de desorden—, mientras que los progresistas tienden a procesarlos con menor intensidad. (2)
Entonces, tenemos personas conservadoras que perciben mayormente lo negativo, y tienden a estar de acuerdo con políticas de protección frente a amenazas: defensa militar, control social, énfasis en la ley y el orden, nacionalismo, con mayor preferencia por el orden, la tradición, la autoridad, la pureza y la conformidad con el statu quo. Por otro lado, tenemos a los progresistas, que son menos sensibles a lo negativo y se muestran más abiertos a cambios sociales: inclusión de minorías, innovación cultural, con mayor apertura a nuevas experiencias, valoración de la igualdad y la autoexpresión.
Por otro lado, se observa que los conservadores tienden a buscar el cierre cognitivo (respuestas claras y definitivas), mientras que los progresistas toleran mejor la ambigüedad. (3)
La conclusión, basada en estas investigaciones es que las orientaciones políticas no derivan únicamente de factores sociales o educativos, sino también de predisposiciones psicológicas y biológicas. Según el documento, estas diferencias son estadísticamente significativas, pero de efecto moderado: también existen progresistas sensibles a lo negativo y conservadores que no lo son. Reconocer esta dimensión puede ayudar a entender por qué los conflictos ideológicos son tan persistentes a lo largo de la historia.
Estudios realizados en hermanos gemelos sugieren que hasta un ~40 % de la variabilidad en ideología política podría ser heredable, aunque la influencia genética es indirecta ya que está modulada por rasgos como educación, personalidad e inteligencia. (4)
Por otro lado, el autor Leor Zmigrod, en su libro The Ideological Brain, sugiere que la rigidez ideológica se vincula con una distribución particular de dopamina: más dopamina en el estriado medio y menos en la corteza prefrontal, lo que predispone a un pensamiento menos flexible (5).
En el libro Our Political Nature (Avi Tuschman, 2013), el autor argumenta que las orientaciones políticas podrían ser adaptaciones evolutivas vinculadas a ciertos rasgos de las comunidades humanas. Avi Tuschman explora el origen biológico y evolutivo de las ideologías políticas, planteando como tesis central el hecho de que nuestras orientaciones políticas tienen raíces evolutivas profundas: rasgos como el tribalismo, la tolerancia (o intolerancia) a la desigualdad, la percepción de la naturaleza humana como buena o mala y la apertura a lo nuevo se habrían formado como adaptaciones para la supervivencia de los grupos humanos.
En lugar de ver al conservadurismo y progresismo producidos exclusivos por la cultura o la educación, este libro propone que existen predisposiciones innatas que influyen en cómo percibimos la realidad social. (6)
A modo de reflexión final y el aporte de una opinión propia, me permito acotar en principio que no todo es blanco y negro: Hay personas que piensan de forma conservadora en algunas temáticas y de forma más progresista en otras; alguien puede ser muy garantista en cuanto a lo que se refiere al derecho penal y a su vez, no respetar a las personas homosexuales. Pero a la vez, puedo inferir que nadie es 50% progresista y 50% conservadora, siempre ha de sobreponerse una tendencia por sobre otra en nuestra forma de decodificar la realidad social que nos rodea.
Por otro lado, me llevé una sorpresa al leer que las personas de pensamiento conservador son más suceptibles a los hechos o situaciones negativas. Siempre la sensibilidad o la suceptibilidad la asocié a personas de corte progresista, por el simple hecho de correlacionar ¨sensibilidad¨ con apertura, empatía, comprensión de la otredad, y en consecuencia, pensar formas de modificar eso negativo que observamos desde un lugar entrañable, pensando en cómo me gustaría que me traten a mi si estuviera en una situación de lo más complicada, como por ejemplo la falta de recursos, el delinquir, el ser inmigrante, etc.
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